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jueves, 6 de mayo de 2010

· Formar sin deformar

En la época en que hice el bachillerato tenías la opción de escoger entre ética o religión. Yo que, no tenía la obligación de mis padres para volver sobre el catecismo y era más bien inquieto, elegía la opción de debatir con el profesor de filosofía de turno sobre cuestiones de la ética, que en cualquier familia hubieran quedado meridianamente claras con unas reglas básicas de comportamiento y moral y que se pueden resumir en la máxima “no hagas a los demás lo que no quieras para ti”. Con esto quiero decir que el hacer de las personas buenos ciudadanos no depende ni por asomo en impartir la asignatura en cuestión (EPLC), sino que es una labor de la sociedad en su conjunto. No me canso de decir que Educan los padres, los abuelos, los hermanos mayores si los hay, la comunidad de vecinos, los ancianos… y también el maestro (palabra más bonita que profesor), al que en vez de endosarle el temario de la dichosa asignatura y ponerle y agobiarle con restricciones de todo tipo, se le debería restituir la autoridad educativa y moral para educar permanentemente en valores desde el primer día.


Ilustración sobre El estado de las cosas-las cosas del estado:
“La infantilización del Bachillerato”
Resulta sorprendente que, al mismo tiempo que nuestros más altos mandatarios recomiendan la transformación de nuestra economía en otra más basada en el conocimiento como receta para sacar al país de la crisis económica en que está inmerso, cada nueva medida de la Consejería de Educación Andaluza apunta en el sentido exactamente contrario. (…)
(…) la preocupación por el conocimiento no aparece por ninguna parte, ni tampoco el fomento de esa “cultura del esfuerzo” que el presidente Zapatero, hará un par de años, nos pedía a los profesores extender entre nuestros alumnos. Estas medidas fomentan más bien todo lo contrario: la falta de esfuerzo intelectual y la instalación en la queja permanente de los alumnos y padres más proclives a ejercer presión sobre los profesores que a estudiar o a imponer disciplina a sus vástagos. Además, penalizan al profesor que intente mantener el nivel de exigencia de su asignatura, que ahora se verá obligado a elaborar informes justificando cada “no aprobado”, cuando ya existen procedimientos suficientes de reclamación para garantizar la objetividad de toda calificación.
Así pues, la Consejería de Educación parece decidida a proseguir con la misma política que ha conducido a la enseñanza en Andalucía a sus desastrosos niveles actuales, extendiéndola ahora, además, a niveles académicos superiores. La idea central, si no única, de esta política parece ser la de forzar a los docentes a aprobar a los alumnos independientemente de los conocimientos alcanzados. Los resultados, a la vista están: el bajísimo nivel con que los chavales salen de la ESO los disuade de abordar el Bachillerato, que pierde cada nuevo curso más alumnos.
La innovadora solución que proponen los pedagogos de la Consejería no puede ser más original: ejercer también en bachillerato las mismas presiones para fomentar el aprobado sobre los profesores. Tal vez, aunque lo dudo, logren con esto incrementar el número de alumnos que consiguen el título de bachiller, pero en todo caso serán bachilleres carentes de los conocimientos necesarios para abordar una carrera universitaria o para desempeñar cualquier trabajo que requiera un cierto nivel cultural.
El facilismo pedagógico, que tantos daños ha ocasionado en la formación de nuestros jóvenes, pretende de nuevo ignorar el principio de realidad, e intenta infantilizar el bachillerato para camuflar un vez más sus lamentables logros. En la difícil situación económica actual, esto es un paso seguro hacia el desastre.
Gonzalo Guijarro"
(portavoz de la asociación de Profesores de Instituto de Andalucía)
Diario de Sevilla(jueves 12 de feb de 2009)

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